lunes, 17 de diciembre de 2007

Los ingenieros finlandeses son unos hippies


Este sábado pasado, a mi novia y a mí nos dio por ir a caminar pa’ Anaga. No pensábamos hacer ningún pateo concreto como Chinamada - La Punta o las Vueltas de Taganana, simplemente íbamos a pasear sin rumbo por los montes de laurisilva y a disfrutar del buen tiempo que estaba haciendo. Después de caminar unas cuantas horas y como hay que coger la guagua en algún sitio, terminamos en el Lomo de las Bodegas, por debajo de Chamorga, donde pudimos disfrutar de los relatos que un grupo de mayores, que también esperaba la guagua, se hacía entre sí. Cuando por fin aquella pequeña guagua llegó, todos sus asientos estaban ocupados por extranjeros, jóvenes y ancianos, que venían de patear veredas. Así que, exceptuando a una señora mayor y a un señor que iba con muletas, los y las demás fuimos de pie en aquella furgona grande o guagua chica según como se mire. Recuerdo que me planteé de qué manera resolverían eso en un lugar como Madeira, por lo del parecido orográfico. Luego recordé los vagones del tranvía con la gente colgando a toda velocidad por las calles de Lisboa y, de repente, aquella guagua chiquita empezó a resultarme más acogedora.

Durante aquel trayecto, varias de las señoras del Lomo de las Bodegas comentaron las faltas de consideración que a menudo tenían que soportar de aquellos jóvenes “mosqueteros”, como una de ellas los denominaba. Cosa que mi novia y yo pudimos advertir cuando uno de ellos se emperraba en cerrar la trampilla del techo que era la única vía de ventilación para aquella cálida y húmeda niebla de pasión por el senderismo. De repente, empecé a notar la primera fase del mareo o zumbadera, que yo achaco al incidente de la trampilla y a ir de pié con tanta curva.


En aquel momento decidí hacerme hacia delante para que me llegara el aire que entraba por la ventana del conductor y me quedé a unos treinta centímetros de la cara de un señor mayor, que yo creí que era alemán, y que luego resultó ser un ingeniero de construcciones finlandés ya retirado. El hombre, que prácticamente no había hablado durante todo el viaje, comenzó a hablar con su mujer en lo que yo pensé que era alemán, y mi novia, que estaba a mi lado, me comentó si no sería porque lo había revuelto todo al pobre con la proximidad de mi olor corporal. Al cabo de unos instantes, el señor finlandés me miró y se dirigió a mí de esta manera: “Bailadero… creo que debería ser baladero porque aquí no baila nadie. Sin embargo, las cabras y las ovejas sí balan”. Yo, que andaba ya por la segunda fase del mareo o sudoración fría, consideré por un instante aquella profunda reflexión y le dije que tenía razón. Luego me sentí mal y le expliqué que el nombre provenía del antiguo lugar donde bailaban las brujas y que había otros bailaderos en Canarias. El hombre me dijo que no lo sabía y me dio las gracias por la información, así que yo sonreí y continué hacia una nueva fase del mareo. Sin embargo, al momento, el hombre volvió a dirigirse a mí: “Hay otro bailadero en Teno Alto”, dijo.




“¡No da chola ni nada el alemán!”, pensé yo, y a partir de ahí entroncamos una agradable conversación en la que me comentó lo que le gustaba nuestra tierra y que la visitaba varias veces al año. Era un matrimonio muy interesante, él hablaba alemán, sueco, finlandés, noruego, francés, inglés y español. Ella hablaba todo eso y ruso. Eran claramente gente muy cultivada por los comentarios que hacían y los modales que mostraban. En un momento determinado, se produjo una pausa de esas que parecen haber agotado la conversación, sin embargo, aquel ingeniero de construcciones finlandés se dirigió a mí de nuevo:


“Aquí se construye mucho… se construye todo… construyen mucho mal y no piensan bien… no aprovechan recursos naturales”. Yo, que ya estaba en la fase previa a la vomitona, cuando la lengua seca acoge un riero de saliva más líquida de lo normal, sentí como aquel comentario me encolerizaba y sacaba de mis casillas.

¿Qué le pasa al guirufo chungo éste?, pensé. Vamos a ver, el gobierno de este país se estalla las perras en promocionar los Carnavales y el Loro Park por todo el planeta ¿y el tolete éste se dedica a patear la isla, comer carne cabra y beber vino de Anaga? Me aproximé enfurecido al guagüero y le dije que se apalancara en algun apeadero o le potaba el lomo. Cuando nos detuvimos y se abrió la puerta, me encaré con aquel falso alemán y le esputé: “¡Cállese, hippie!”.

Mi novia y yo nos bajamos de aquella furgona grande o guagua chica y seguimos el resto del camino a pie hasta San Andrés. Lo que no entiendo todavía es que ella se enfadó muchísimo, pero no porque me mareara y tuviéramos que caminar, sino por lo que le había dicho a aquel turista nórdico. Yo todavía no lo he comprendido, así que se me ocurrió poner una encuesta en el blog a ver si ustedes me lo aclaran.

2 comentarios:

Mapoto dijo...

Guiri de mier... seguro que ni siquiera juega al golf, ¡hippie!

Creo que fue lo mejor que pudiste hacer, nosotros destrozando Canarias para que vengan y van los tipos y buscan los pocos lugares que aún quedan vírgenes... ¡Desagradecidos! ¡Basura!

Genial...

Anónimo dijo...

Esto me recuerda una conversación acerca de promocionar nuestros deportes autóctonos fuera de nuestras fronteras (por encima de mi casa hay una academia de sevillanas) que tuve con un fenómeno de las altas esferas del juego del palo. Yo argumentaba que, a pesar de que el campeón de karate del mundo fuera de Chechenia, hasta el más pollaboba sabe que el karate es japonés. Él, en cambio, consideraba que para descubrir el noble arte del palo o del salto del pastor había que acreditar la canariedad poco menos que con un estudio del ADN. En fin, seguro que él está de acuerdo contigo, los placeres de Canarias pa' l@s canari@s. Los guiris a jugar al golf y a ver delfines - los del Loro Park, claro, ¡a ver si van a ver a los que viven libres en nuestras costas! -.